En medio de una lluvia de pétalos de rosas y girasoles, acompañado del llanto incontenible, Roy Arreaga encabezó el momento para el que nadie está preparado, enterrar el mismo día a la mujer que tanto amó y a sus tres hijos, frutos de ese amor.
El hombre, resignado al dolor de la muerte, sostuvo un puño de tierra que luego echó sobre el ataúd de la maestra Mariela, mientras que sus primas exclamaban un no, como intentando detener el tiempo y evitar que el féretro sea enterrado.
En medio del llanto, la familia Arreaga Ramírez dio muestra del consuelo de la fe, pues a pesar de la tragedia indescriptible que enfrentan, levantaron su creencia en la esperanza en Cristo como el bálsamo para aliviar el dolor de esta herida.